
El Bugatti Veyron, un ícono en el mundo de los superdeportivos, fue diseñado para ser el más rápido y lujoso jamás construido. Con un costo de 1,7 millones de dólares, cada unidad vendida representaba una pérdida de 6,7 millones para Volkswagen, su fabricante. Este coche, creado por Ferdinand Piëch, no solo fue una maravilla de la ingeniería, sino un verdadero desafío económico para la marca, que invirtió 1.620 millones en su desarrollo.
El Veyron no solo era sinónimo de velocidad; sus prestaciones eran asombrosas. Montaba un motor de 8.0 litros y cuatro turbos, capaz de alcanzar más de 406 km/h, y contaba con un diseño excepcional que lo convertía en una obra maestra sobre ruedas. Sin embargo, su mantenimiento era igualmente extraordinario; el costo de sus neumáticos se elevaba a 38,000 dólares, con una vida útil de apenas 4,000 km.
A pesar de las pérdidas, Volkswagen decidió seguir adelante con el Veyron, reconociendo que su desarrollo sentó las bases para futuras innovaciones en la marca. Aunque el Veyron no fue un éxito financiero en términos absolutos, su legado como símbolo de lujo y desempeño en el mundo automotriz sigue vigente, posicionando a Bugatti entre los supercoches más deseados del planeta.